martes, 8 de abril de 2014

PINAR DEL RIO: LA TIERRA DEL BUEN TABACO
Pinar del Río: la tierra del buen tabaco
Fotografía de Leandro Montini

Al tabaco que se cultiva en la provincia más occidental de Cuba se le debe gran parte de la riqueza de la isla. Y a su gente, sus orquídeas y sus paisajes, algunos de los viajes más memorables que pueden hacerse.
Por Gabriela Pepe | octubre 2008 |
El verde intenso anuncia que la naturaleza decidió no ser mezquina en la provincia de Pinar del Río. Un generoso paisaje entretiene el camino que conecta la modesta San Juan y Martínez con la ciudad de San Luis. Allí, entre Río Hondo y Cuyaguateje, las cosechas de tabaco florecen a cada lado de la carretera. Entre tantas vegas, el itinerario se confunde y resulta difícil hallar el destino. Pero no existe alma en la región de Vuelta Abajo que no sepa indicar el sendero hacia la finca del vecino más ilustre: don Alejandro Robaina. El hombre al que visitan las celebridades de todo el mundo, que recibe invitaciones de los países más remotos, que ya se hizo merecedor de una biografía y cientos de homenajes. Aquel que, dicen, es el mejor productor de capas de tabaco del mundo. El único cubano en tener una vitola (la banda que llevan los cigarros) con su nombre. Una leyenda viva.

En la puerta de la casa campestre, rodeado de plantas medicinales y orquídeas, Robaina aparece como un auténtico dandy. Perfectamente erguido, sin usar bastón, de mangas largas y zapatos relucientes, invita a recorrer su mayor orgullo, acompañado siempre de un infaltable puro. Sólo sus infinitas arrugas denotan que cumplirá 90 años.

El libro de visitas de la finca El Pinar está abarrotado de firmas. Todos los días —excepto los domingos, en que se toma un merecido descanso— don Alejandro y su familia reciben entre 20 y 60 visitantes, desconocidos y celebridades. Desde los lugareños Silvio Rodríguez y, en vida, Compay Segundo, hasta algún príncipe saudí, el célebre Sting o el actor Jackie Chang, y el gran Gabriel García Márquez, nadie se quiere perder la oportunidad de conversar con el famoso veguero. Así lo estampó el Premio Nobel de Literatura en un reducido espacio, seguido por el dibujo de una flor: “Con un abrazo, en uno de nuestros días más felices”. También Diego Maradona, otro gran fumador de puros, lo recibió en La Habana durante los años que se instaló en la isla. Y sus reuniones con Fidel Castro se sucedieron a lo largo de los 50 años de Revolución. Relata su familia que Robaina fue uno de los pocos que se animó a discutirle y darle consejo al ex presidente cubano.

UNA FAMILIA TABACALERA

Los Robaina llegaron a la zona de Pinar del Río, con más precisión al municipio de San Luis, en el año 1845, desde las islas españolas Santander y Canarias. Con más de 160 años en la región, la familia ya es una marca registrada. El abuelo, el padre y el mismo don Alejandro se encargaron de hacer de las plantaciones de tabaco en las vegas una verdadera tradición pinareña. Y el actual jefe del clan ya se ocupó de elegir a sus sucesores: sus nietos Hirochi y Alejandro, los administradores del negocio y herederos del oficio. “Mis abuelos se dedicaron al tabaco, mis padres se dedicaron al tabaco, yo me dedico al tabaco, mis hijos y mis nietos, también. Seguramente, mis bisnietos los seguirán”, sentencia el vigoroso anciano. En medio de las cosechas, los carteles anuncian el mandato familiar: “Prohibido no fumar”. Y así se cumple porque, en San Luis, fuman hasta los fantasmas.

Pero no sólo el tabaco es patrimonio de los Robaina. Los descendientes de aquellos inmigrantes españoles parecen haber heredado también la longevidad y la buena salud, que ellos mismos relacionan con los puros. En El Pinar viven don Alejandro, sus dos nietos, y dos joviales y coquetas hermanas de 94 y 99 años, María Isabel y Elvira. “Es que el puro no es algo que haga daño, no se absorbe, no es compulsivo. No tiene nada que ver con el cigarrillo, que sí es dañino”, explica convencido Hirochi. “Uno no se vuelve viejo por fumar. Un buen puro te quita las preocupaciones”, agrega el abuelo.

La familia conservó las tierras aun después de la Revolución, cuando la idea de las cooperativas mandaba en el gobierno cubano. En las 17 hectáreas que abarca la finca trabajan más de 70 personas y se cultivan 200 mil plantas de tabaco por año. La producción de capas alcanza para hacer entre cinco y siete millones de puros anuales. El cien por ciento se destina a la exportación a todo el mundo, con excepción de Estados Unidos. Al menos, claro, por las vías legales.

“Empecé a fumar a los 10 años, a escondidas de mis padres, así que ya voy a cumplir 80 como fumador”, relata don Alejandro. Cinco años después de aquel primer puro, estaba dirigiendo la finca. Las manos callosas del hombre adelantan lo que su nieto relata: “Mi abuelo trabajaba directamente el campo, por eso sabe muy bien de qué se trata el trabajo de los obreros”.

Eso explica en gran medida que Robaina sea el mejor catador de puros de su finca (y tal vez del mundo), y que se haya convertido en su cliente más exigente. “Cuando acá se tiene alguna duda se le pregunta a él. El abuelo no pudo ir a la escuela, pero es un universitario empírico. Él tiene un libro en su cabeza y se arma sus propios puros”, dice Hirochi.

LA JORNADA DE LOS DE AQUÍ

Ni bien el sol empieza a iluminar las plantaciones, don Alejandro abre los ojos. Antes de las seis de la mañana, el jefe de la finca ya está de pie para enfrentar el trabajo diario. Espera a que lleguen los obreros y va supervisando las labores de cada día.

“Hay cuatro factores fundamentales que deben combinarse a la perfección a la hora de producir puros: la tierra, el clima, la variedad y la experiencia del productor”, explica Robaina, como quien recita una fórmula básica.

Robaina ha recorrido México y Argentina; Holanda, Francia, Egipto, Malasia, Singapur y Líbano, y viaja como invitado especial a cuanto evento de fumadores de puros acontece. Flanqueado por sus nietos, lleva su sabiduría tabacalera adonde los adoradores de habanos la necesiten. “Más allá de los países que visité, lo que siempre me ha impactado es ver la cantidad de gente que me quiere. ¿Qué más puedo pedir a la vida?”.

Las tardes se pasan volando en la calidez de El Pinar. Don Alejandro se entrega a una siesta y vuelve a acomodarse para recibir a turistas, personalidades y curiosos, ansiosos por conversar unos pocos minutos con él. El día se divide en los tres puros diarios.

LA JORNADA DE LOS QUE VIENEN DE VISITA

Tabaco hay en cada rincón de Cuba: en el centro, en la provincia de Villa Clara; la occidental Camagüey, en Remedios, en Holguín y también en La Habana. Pero el mejor tabaco del mundo se cosecha en Vuelta Abajo, en la provincia de Pinar del Río, donde el clima, la humedad y el suelo forman una combinación perfecta.

Hacia ese rumbo, la música de La Habana, los ruidos del Malecón, la ciudad lista para acoger a miles de turistas van quedando atrás. Y, a medida que nos acercamos, el tiempo parece retroceder. Se escuchan el viento y los pájaros, los campesinos son los dueños del paisaje y la naturaleza se abre paso ante nuestros ojos, demostrando cómo bendijo a la provincia más occidental de Cuba.

Al norte, brillan las aguas profundas del Golfo de México; hacia el sur, deslumbra el cálido mar Caribe; el oeste linda con el mar que la separa de la península de Yucatán. “Pinar del Río, región fecunda, donde natura vertió sus joyas con esplendor”, leemos versos del himno de la provincia en una guía de viaje. Y empezamos a comprenderlos mientras avanzamos y la cordillera de Guaniguanico aparece en el horizonte y se va volviendo más y más cercana, hasta que nos atrapa por completo en su interior.

La cordillera se divide naturalmente en la Sierra del Rosario y la Sierra de los Órganos. Nuestra vista tropieza con el primer cordón montañoso, ubicado a unos 70 kilómetros de La Habana y declarado por la UNESCO Reserva de la Biosfera. En la Sierra del Rosario conviven 889 especies de plantas superiores, se escucha el particular canto del tocororo, habitan mariposas de miles de colores, vuela el diminuto zunzún (o pájaro mosca, el ave más pequeña) y se deslizan las aguas del río San Juan.

Nos topamos con nuestro primer destino, en la porción sureste de la Sierra del Rosario. Allí, en cinco mil hectáreas de valles, ríos, montañas y bosques, se alza la comunidad de Las Terrazas, un complejo al que los expertos definen como “una experiencia rural de desarrollo sostenible”. Una especie de paraíso urbanístico, organizado en un sistema de terrazas sucesivas y escalonadas, que permitió, allá por 1968, repoblar las áreas de montaña.

Cada día, de camino hacia sus trabajos, los lugareños transitan senderos construidos sobre los escalones de la cordillera, entre los más sorprendentes paisajes, donde conviven la diversidad de especies vegetales con 73 tipos de aves, aguas termales, manantiales y senderos. Las Terrazas se abre a los visitantes, que aprovechan los miradores naturales de un patrimonio único.

El recorrido continúa y, seis kilómetros al norte de la autopista, Soroa se presenta como un buen lugar para el descanso: nos esperan 750 variedades de orquídeas, un recorrido por el río Manantiales y su famosa cascada (o salto de Soroa) y baños frescos en aguas medicinales. También las ruinas de los antiguos cafetales que los colonos franceses establecieron a principios del siglo XIX, cuando escapaban de la Revolución haitiana.

EL VALLE ENCANTADO

En la Sierra de los Órganos está el Valle de Viñales, declarado Paisaje Cultural de la Humanidad: un polígono de tierra roja, el verde de las montañas, las laderas verticales de sus sierras con cimas cubiertas por frondosa vegetación (conocidas como mogotes); palmas, pinos y una gran cantidad de cuevas alrededor. El Sol en el cénit muestra el paisaje en su esplendor. Ocupa un área de 132 kilómetros cuadrados y es sin duda uno de los lugares más hermosos de la isla.

Los misterios del mundo subterráneo se develan en el paso por los fascinantes sistemas de cavernas. El Palmarito, la gran Cueva del Indio (atravesada por el río San Juan) y Santo Tomás (con más de 45 kilómetros de galerías enterradas) nos invitan a sumergirnos.

A cuatro kilómetros de la entrada del pueblo de Viñales, se encuentra el Mogote de las Dos Hermanas. Sobre una de sus laderas, como en un anfiteatro, aparece el Mural de la Prehistoria. Con 120 metros de alto y 180 de ancho, fue encargado en 1959 por Fidel Castro al pintor cubano Leovigildo González —alumno de Diego Rivera— y constituye una representación de la evolución biológica de la zona.

Viñales descansa en el centro mismo del valle. En los portales de sus casas, sentados en sus sillas mecedoras, los viñaleros miran cómo desaparece el sol y esperan la llegada del nuevo día para retomar el cultivo de la pródiga tierra. Y casi en la entrada, El Niño, un personaje mítico, con la piel curtida por el sol, nos recibe en la Casa del veguero y nos explica el proceso del cultivo de la hoja de tabaco en la zona. 

En agosto, se preparan las tierras; entre fines de septiembre y principios de octubre, se comienza con el semillero, que germina en una semana. Luego, entre 30 y 45 días después, ese brote se transplanta a un surco regado con abundante agua, previamente abonado de forma orgánica. Las hojas se recogen a finales de enero y se dejan 50 días en las denominadas casas del tabaco, donde se someten a un proceso de secado natural.

Sigue una etapa de fermentación, que elimina el exceso de materia nitrogenada y resinas. Así se fortalecen el aroma y el sabor que tendrá un buen puro. Las mejores hojas son seleccionadas cuidadosamente: hay quienes prefieren el gusto de la hoja más oscura, otros más verde, pero sea como sea debe tener elasticidad y brillo, y el color debe ser parejo. 

LA BENDICIÓN DE VUELTA ABAJO

“Ayer a la noche vinieron los hombres que había enviado a ver la tierra. Hallaron los dos cristianos por el camino mucha gente que atravesaba sus pueblos; mujeres y hombres con un tizón en la mano, yerbas, para tomar sus sahumerios que acostumbraban.” El 6 de noviembre de 1492, Cristóbal Colón anotó en su diario de viaje la primera noticia que tuvo sobre la existencia de tabaco en la isla y el asombro que le provocó. Además de haber vislumbrado una de las mayores riquezas de Cuba y el milagro de un negocio inigualable. 

En Vuelta Abajo, en la extensa región ubicada entre el río Hondo y Cuyaguateje, el tabaco alcanza su máximo esplendor. En las vegas de San Juan y Martínez, San Luis, Pinar del Río y Guane crecen las hojas verdes en plantaciones que forman desde lejos un tablero de ajedrez en las llanuras y se combinan con cultivos de café, cacao, arroz, cítricos, hortalizas y frutas. 

Aquí está Vegas Robaina y, por lo visto, seguirá estando por un muy buen rato.

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